«Antes de que se inventase el teléfono móvil, esperar una llamada era el epítome del amor, y casi siempre del no correspondido. La literatura se ha hecho eco de este motivo desde los inicios de la comunicación a distancia. Pues la espera es lo imaginario del amor, y el anhelo, la esencia de la imaginación. Desde la obra en un acto de Jean Cocteau La voz amada, hasta la novela Vox de Nicholson Baker, pasando por la narración de Dieter Wellershoff La sirena, el Ulises de hoy se encuentra atado al mástil del teléfono, expuesto a ese "poderoso y triste" canto que ya escuchó Kafka en sueños por el auricular.
Ni si quiera el teléfono móvil nos ha librado de la impotencia de la espera. Cierto que hoy el que espera una llamada ya no ha de permanecer junto al aparato rodeándolo con insensatos exorcismos y, sin embargo, el que ansía la señal ausente en el bolsillo sigue pareciéndose a un caballo circense que gira en círculos sin saber por qué. Ha caído presa de esa condena que Kafka llamaba "el silencio de las sirenas" en la parábola del mismo nombre. Y es que las sirenas que con su canto cautivador conducían hacia el abismo a los primeros viajeros que se aventuraban lejos tienen "un arma mucho más temible que su canto, que es su silencio".
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No es lo mismo esperar que tener esperanza. Las esperanza está del lado del futuro; la espera está atrapada en el instante. Uno tiene esperanza, uno confía en que ocurra esto o aquello, quizá no de inmediato, pero muy pronto. Cuando uno espera, en cambio uno permanece en un estado de continua presencia, espera que algo que sucede en aquel momento pase, aunque quizás no pase nunca».
Andrea Kölher