Empecemos por el grande entre grandes. Al contrario que muchos de sus contemporáneos (como Christopher Marlowe o Robert Greene), que eran universitarios urbanitas de alta cuna (quiero decir pijos), Will era un common de culo sucio, más de pueblo que un botijo, que ni siquiera terminó la secundaria. Este hecho aún reconcome a los graduados de Oxbridge/Ivy League, y hace danzar de puro júbilo a los autodidactas plebeyos del mundo (como quien esto escribe).
El autor de Tom Sawyer dejó sus estudios a los doce y acto seguido se puso a trabajar para alimentar a la familia (literalmente). A los quince ya publicaba artículos para el periódico que había fundado su hermano. Nada mal para el que se considera uno de los novelistas más influyentes en lengua inglesa. Pese a no tener ni la maldita ESO.
La gran Muriel empezó a trabajar de secretaria a los diecisiete, tras salir pitando del bachillerato que cursaba en una escuela para chicas. O sea, que la autora de todas esa novelas a-lu-ci-nan-tes ostentaba, máximo, el título de BUP. Espectacular, pienso yo, además de un modelo a seguir para todos los jóvenes aspirantes que creen aún que el camino a seguir es una carrera de Creative Writing (ese es, de hecho, el peor camino).
Lo mismo que con El Shakespearo. En todas las biografías definen la educación de este jodido amo (casi inventor) de la narrativa inglesa como “esporádica” (LOL). Su papá fue a la trena y en su casa ni pa’ comer tenían. No, no cursó un Erasmus en Berkeley, ni falta que le hizo.
My man Wolff lo explica con sus propias palabras: “me pidieron que me fuera en mi último año [de bachillerato], no por mala conducta, sino por mi expediente académico. Era tan terrible que perdí mi beca y, por supuesto, no podía permitirme ir. No podía obligarme a estudiar cosas que no me interesaban, tan sencillo como eso”. Todos los cateados impenitentes de Física y Química te apoyan, Tobías.
Este merecido premio Nobel dejó los estudios para siempre a los catorce. Al respecto declaró: “todavía no hemos desarrollado un sistema de educación que no sea un sistema de adoctrinamiento”. Go, Doris!
En todos lados se cuenta que dejó los estudios “in the middle of his A-levels” (o sea, en plena Selectividad). Yo me lo imagino en el mismísimo examen, dibujando dragones en los márgenes del folio, percatándose de repente de la grandiosa pérdida de tiempo que es todo aquello, levantándose y saliendo por la puerta sin mirar atrás. Y empezando una carrera épica de novelista populista y fantasioso.
Ni terminó el insti. Ahí lo dejo. Si hubiese estado inscrito en el centro de quien les escribe habríamos hecho campana juntos
Escuela militar y vas que te matas. No logró publicar hasta los cuarenta y un años, como Dios manda.
Este anti-escritor y orgulloso outsider de las letras, quien además visitará nuestra librería el 22 de septiembre, dejó caer los libros académicos a los dieciséis (2º de BUP, el actual 4º de ESO).
Se largó con viento fresco de Repton School a los dieciocho. Son populares (e hilarantes) los comentarios que sus preclaros maestros le hacían en los boletines de notas, entre los que se cuentan “un persistente tontorrón. Vocabulario insignificante, oraciones mal construidas. Me recuerda a un camello” y la visionaria “nunca hará nada en la vida”. Educación, ¿qué haríamos sin ella, cierto?