Claire Fuller nació en Oxfordshire, Inglaterra, en 1967. Estudió escultura en la Winchester School of Art, pero durante mucho tiempo enfocó su carrera profesional hacia el mundo del márquetin. Es autora de las novelas Our Endless Numbered Days (2015), galardonada con el Desmond Elliott Award; Swimming Lessons (2017), y Bitter Orange (2018). Tierra inestable (2021) fue el primer libro de Fuller traducido tanto al catalán, por Editorial Les Hores, como en castellano, por Editorial Impedimenta. Ahora la autora vuelve con La memoria de los animales, también bajo el cobijo de Les Hores e Impedimenta, una fábula distópica que Claire Fuller presentará en Llibreria Finestres la semana que viene, en un acto que será conducido por la escritora y psicóloga Leticia Asenjo.
En La memoria de los animales hay una pandemia, y fue durante la que todos nosotros sufrimos en 2020 y 2021, que escribes la novela. ¿Te preocupaba la posibilidad que los lectores pospandemicos no fuéramos receptivos con un libro donde estalla una pandemia?
De hecho, ya tenía escrita buena parte del libro antes de que se declarara el estado de alarma. Empecé el primer borrador en septiembre de 2019, sin tener presente el advenimiento de la pandemia. Pero tus elucubraciones van por el buen camino: cuando a finales de marzo de 2020 confinaron el Reino Unido, empezó a preocuparme el hecho de estar escribiendo una novela que incluía una pandemia, cuando todos la estábamos experimentando en la realidad. Durante unos meses estuve bloqueada, hasta que me puse a ello de nuevo. Soy consciente de que la recepción de una novela pandémica puede verse afectada por el hecho de haber vivido una situación parecida recientemente. Entendería que algunos lectores aún no estuvieran preparados para enfrentarse, por esta razón, a un libro como La memoria de los animales.
La diferencia entre nuestro confinamiento y el de los protagonistas de tu novela es que entre ellos no se conocen.
Siempre he pensado en La memoria de los animales como una de esas historias donde un grupo de personas tienen que resolver un misterio a puerta cerrada. Simplemente que en mi libro es una pandemia lo que tiene a los personajes encerrados los unos con los otros. Tradicionalmente, en este tipo de novelas siempre son extraños los que se ven forzados a permanecer juntos. Esta premisa permite al escritor planear toda una serie de preguntas: ¿Quién es bueno y quién es malo? ¿Cómo lo hará el protagonista para resolver la situación? ¿Qué secretos se están escondiendo los unos a los otros? Lo que genera conflicto, en estas historias, es cómo los intereses personales de cada personaje trabajan, o bien a favor, o bien en contra de los intereses del grupo entero.
¿Cómo dirías que el Brexit ha influido en la tu forma de explorar literariamente un concepto tan troncal en La memoria de los animales como es el aislamiento?
Yo sigo muy enfadada con la aprobación del Brexit, ojalá no nos hubiéramos ido nunca de la Unión Europea. EL aislamiento nunca es una buena noticia, porque si el apoyo mutuo hace necesario que los individuos se ayuden entre sí, entre países pienso que deberíamos hacer exactamente lo mismo. No me entra en la cabeza que el hecho de encerrarse —ya sea en una unidad médica del centro de Londres como la protagonista de La memoria de los animales o, como país, del resto de Europa— tenga que ser algo positivo a largo plazo.
Uno de los personajes de la novela inventa una máquina que permite al usuario revivir de forma vívida momentos de su pasado. Leyéndote, he pensado que, ciencia-ficción aparte, la máquina del tiempo más efectiva, en el mundo real, es la experiencia de tener hijos.
Oh, pues nunca había visto el hecho de tener hijos como una forma de revivir recuerdo del pasado, pero tienes toda la razón; lo es. Recuerdo que no fue hasta que tuve un hijo, que empecé a entender a mis padres, y a mirarlos de otra manera. Definitivamente, tener hijos te da una perspectiva muy distinta sobre las decisiones que tomaron tus padres cuando tu eras pequeño, y también te hace comprender que todo el mundo puede equivocarse. Entiendes que sólo podemos hacer lo que nos parece mejor en cada momento.
Si tuvieras una máquina de revisitar recuerdos como la de La memoria de los animales, ¿a qué momento concreto de tu pasado querrías viajar?
Me encantaría reencontrarme con mi abuela inglesa y con mi yo de seis o siete años, y estar con ella un rato. Conservo un montón de recuerdos de ella y de su casa, pero por supuesto son recuerdos construidos por una mente infantil. Me gustaría ver a mi abuela con ojos adultos e intentar entenderla un poco mejor. También me haría muy feliz volver a vivir el momento en que mis hijos, que ahora tienen veinte años, me cogieron de la mano de pequeños por última vez. La última vez que los tuve sentados en mi regazo. Cuando tienen lugar estos momentos, nunca eres consciente de que quizás es la última vez que podrás disfrutarlos.
El padre de la protagonista, Neffy, sufre un cáncer, pero su forma de enfrentarlo es quitarle hierro a la enfermedad delante de la hija. Es una reacción muy masculina. ¿Por qué crees que a tantos hombres les cuesta hablar abiertamente de su vulnerabilidad?
Muchos hombres están todavía sometidos a unos valores tradicionales que les marcan cómo se tienen que comportar y cómo se tienen que sentir en tanto que hombres: mostrarse fuertes y autosuficientes, y no mostrar ni examinar nunca sus emociones. Esto afecta a todos los aspectos de su vida, hasta admitir algo que podría hacer que los tachasen de débiles o de enfermos. Estoy generalizando, por supuesto. Pero si hablamos de la relación que Neffy tiene con su progenitor, es la de una chica cuyo padre siempre se ha mostrado fuerte delante de ella. Un padre que nunca pone en evidencia su lado vulnerable. Incluso cuando la enfermedad que sufre es evidente, para hablar de ello con su hija, lo hace mediante chistes malos.
La memoria de los animales, a modo de separador entre capítulos, incluye cartas que Neffy, que es bióloga, le manda a un pulpo que liberó. ¿Qué te evoca este animal?
¡Siempre me he vuelto loca con los cefalópodos! Antes de ser escritora, había dedicado muchas horas a la escultura —trabajaba la piedra, la madera y el vidrio—, y los pulpos, los calamares y las amonitas eran una gran fuentes de inspiración para muchas de mis creaciones; hasta llevo un tatuaje de una amonita. Para La memoria de los animales escogí la figura del pulpo de forma un poco azarosa; a medida que avanzaba en la escritura, pero me di cuenta de que esta elección dialogaba bastante bien con muchos aspectos del libro. Por ejemplo, son animales con los que se experimenta, como en el libro experimentan con Neffy. Animales que tenemos encerrados en tanques de cristal, igual que Neffy.
Despiden a Neffy después de liberar el pulpo, y es cuando no tiene trabajo que se siente libre. ¿Alguna de las decisiones que has tomado a lo largo de la vida te ha dado esta sensación de libertad aparentemente contraintuitiva para alguien de clase trabajadora?
Supongo que la escritura sería un buen ejemplo. Hay una libertad enorme en el acto de escribir. Escribiendo puedes ir donde quieras, hablar con quien quieras, esté vivo o muerto.
A pesar de las líneas que dedica Neffy al pulpo que libera, las ediciones americanas y española de tu novela llevan un ciervo como imagen de portada. ¿Por qué?
Bueno, realmente no va fue decisión mía. Mi editor norteamericano seleccionó esta imagen, que es una pintura hiperrealista de la artista Lisa Erickson. Pero tengo que decirte que me convence. En un primer momento, ves la imagen del ciervo y es desconcertante que esté sobre unos corales. Cuando te fijas mejor, te das cuenta que el coral crece desde las piernas del animal. Este detalle te descoloca, que ya es una emoción que me interesaba capturar con la novela, aparte de sensaciones aún más duras. Hay un momento en La memoria de los animales en que Neffy ve un ciervo caminando por las calles de Londres. Para los lectores, espero, este ciervo debería significar una señal de que, pese a como han cambiado las cosas en el mundo exterior, los animal, la naturaleza, han sobrevivido.
No quiero aguarle la fiesta a los lectores que aún no hayan leído la novela, pero podríamos decir que hay cierto optimismo al final del libro. ¿Crees que es importante que las escritoras de ciencia-ficción distópica ofrezcáis un poco de luz al final del túnel?
Muchas veces son los editores los que me los piden (ríe). Me gustan los libros lúgubres, pero que tengan ni que sea una brizna de esperanza al final. Es esta poquita de luz la que hace que el lector piense más allá de la última página al cerrar el libro, que es algo que a mí como autora me interesa ofrecer. Si el final que le das al lector está desproveído de optimismo, le estás diciendo que la historia que acabas de explicar se cierra del todo al acabar de leer la novela.
Empezaste a publicar con 48 años, y desde entonces has firmado hasta cinco libros diferentes. ¿Por qué arrancaste tu carrera, aparentemente, tan tarde?
En realidad empecé a los 40, escribiendo algunos cuentos. Siempre he sido una gran lectora, pero nunca me había planteado dar el paso de escribir. Al cumplir los 40 empecé algunos proyectos creativos, codo con codo con mi marido, y uno de ellos fue participar en un evento de nuestra librería local, en que las asistentes teníamos que escribir un cuento y leerlo delante del público; eso hizo que me pusiera manos a la obra, supongo. La experiencia me sentó bien, y enseguida me apunté a un curso de escritura creativa. Fue allí donde escribí el primer borrador de Our Endless Numbered Days, mi primer libro que, efectivamente, se publicó cuando yo tenía 48 años.
¿Ves alguna ventaja, literariamente hablando, en el hecho de debutar a esa edad?
Sí que hay ventajas en empezar a escribir tarde. Para empezar, ya has acumulado muchas más experiencias de las que tiene alguien de, pongamos, veinte años. Has viajado más, conocido a más gente, trabajado en más sitios, quizás has tenido hijos, y un largo etcétera. Todo eso es muy útil para una escritora. También, el hecho de conseguir cierto reconocimiento en esta edad me proporciona un punto de vista mucho más realista de lo que creo que habría tenido si hubiera escrito y publicado de más joven. De joven siempre piensas que las cosas deberían ir de otra forma; pero cuando te haces mayor tomas consciencia: las cosas, simplemente, van como van.