Francis Barney Sullivan está en la casa donde vive, en Belfast, cerca del muro que separa los católicos de los protestantes. El católico, de 34 años, cena con su mujer y sus dos hijos, un niño de 6 y una niña de 4. Dos hombres irrumpen en casa de Francis y disparan al padre de familia por la espalda. Cuando llega al hospital, Francis ya está muerto, asesinado por la Asociación por la Defensa de Ulster. Por entonces, la escritora irlandesa Audrey Magee (Enniskerry, 1966) tenía tan solo 13 años. Con La colonia (Edicions del Periscopi/Sexto Piso), Magee nos transporta a una isla remota de habla irlandesa, donde la llegada de dos forasteros sacudirá los apriorismos sobre un conflicto nacional que, el verano de 1979 donde se ubica la novela, alcanzará cotas especialmente cruentas. Una semana antes de recibir Magee en la Llibreria Finestres, hablamos con la autora sobre un libro sobrecogedor y emocionante que se situó entre los finalistas del prestigioso Premio Booker.
La colonia se abre con una cita de Nietzsche: "Las verdades son ilusiones que se han olvidado que lo son". Creo que, más que nunca, vivimos en narrativas disgregadas y cámaras de eco que determinan una visión subjetiva de la verdad, de la realidad.
¿Qué es la verdad? ¿De qué verdad hablamos y a quién pertenece? ¿Existe tal cosa como una verdad real? El arte, la ciencia, la religión, la política; tenemos tantas maneras diferentes de buscar y difundir una verdad. ¿Pero hablamos de una certeza, o de una ilusión de verdad? Crecí en una sociedad que ha sufrido de siglos de colonización. La verdad era una cosa que todo el mundo manipulaba. La verdad es relativa, claro, pero también totalmente esquiva e instrumentalizable por los sistemas políticos y religiosos que buscan poder y control. Quien posee la verdad, quien es su narrador, gana mucha importancia. Me fascina hasta qué punto la verdad se manipula con narrativas interesadas, hasta que ya nadie puede estar seguro de qué es cierto y qué no.
Las redes sociales han potenciado esto que dices.
Las redes sociales son el vehículo perfecto para la verdad y la falsedad. Y son infinitas. En su inmensidad, nos sentimos abrumados y nos adherimos fácilmente a narrativas que acaban convirtiéndose en una verdad a defensar. Para mí, la actual euforia de las redes sociales tiene ecos de la Alemania de los años 30 y 40 que exploré en mi primer libro, The Undertaking. Durante este período, la radio era un medio nuevo y emocionante, como lo son las redes sociales hoy día. Los nazis utilizaron el medio de forma brillante para difundir su versión de la verdad y para polarizar a la gente; hay muchos usuarios en redes haciendo exactamente lo mismo.
La colònia está situada en Irlanda en 1979; entones tú tenías trece años. ¿Cómo es experimentar la adolescencia, descubrir el mundo, durante uno de los años más violentos para tu país?
Para mí la violencia era una cosa muy real. Mi familia vivía en el sur de Irlanda, pero los atentados, los tiroteos y los asesinatos fueron el telón de fondo de mis anos adolescentes, determinando mi identidad como irlandesa, mi relación con el país, con mi bandera y con la lengua irlandesa. La violencia se ejercía en mi nombre, en nombre de Irlanda, y eso me resultaba profundamente problemático. No quería que la gente muriese a las paradas de autobús, o en el supermercado con sus hijos, y que lo hiciesen en mi nombre. Muchos de nosotros respondimos rechazando la bandera, la lengua, yéndose del país para vivir en otros sitios. En La colonia, exploro este legado de violencia en mi generación.
En La colonia incluyes descripciones de asesinatos reales que tuvieron lugar en Irlanda del Norte en 1979. ¿Hay alguna acción de la IRA que te impactase especialmente esos años?
Hay dos tramas en La colonia: por un lado, la de esos asesinatos reales por parte de lealistas del Ulster, de republicanos y de fuerzas de seguridad británicas que se van perpetraron en verano de 1979; y, por otra, la de una ficción sobre un artista inglés y un lingüista francés en una isla de habla irlandesa. La violencia interrumpe, entre capítulos, la narrativa imaginada, tal como lo hizo en mi infancia y adolescencia, con cortes de emisión en la radio y en la televisión para conectar en directo con los últimos hechos violentos en Irlanda del Norte. Los más impactante para mí, como adolescente, va ser cuando la IRA hizo explotar el barco de Lord Mountbatten, matándolo a él, a dos adolescentes, y a una mujer de 83 años que murió al día siguiente a causa de las heridas. Estas muertes fueron muy impactantes para mi yo de 13 años, porque dos de las víctimas tenían la misma edad que yo. Desencadenó una crisis existencial sobre mi relación con el país, sobre el significado de ser irlandés.
Tu libro muestra las complejidades del conflicto entre Reino Unido e Irlanda, mostrando la violencia en ambos lados. ¿Crees que el conflicto nacional de tu país ha sido secuestrado por unas visiones culturales demasiado sesgadas? Pienso, por ejemplo, en Zombie de Cranberries.
La violencia en Irlanda del Norte era fundacional. Los Cranberries, en cierta manera, intentaban huir de esta fuerza atávica. Zombie es una canción potente, igual que las canciones rebeldes irlandesas son potentes. Sí que hay, sin embargo, la necesidad de encontrar una nueva manera de explicarnos este legado de violencia. A diferencia de una canción pop, una novela dispone de mucho más espacio para explorar esta violencia, este legado.
La colonia explora cómo la colonización nacional destruye las lenguas minoritarias. ¿Cómo era la relación de tu familia con el irlandés? ¿Cómo es tu relación con la lengua hoy día?
Éramos, y somos, hablantes de inglés. No había irlandés en casa, excepto en los deberes de la escuela. Estudié francés y alemán en la universidad, español en la escuela; cuando viví en Europa, viajé de un país a otro hablando la lengua de cada lugar, neerlandés, italiano, danés, rumano. Aprender lenguas me resultaba muy fácil. No obstante, no osaba hablar irlandés. Todavía hoy no lo hablo, e intentar sacar el entramado de este hecho fue una de las cosas que me empujó a escribir La colonia.
La colonia está concebida en inglés. ¿Experimentaste alguna contradicción escribiendo una novela sobre conflicto lingüístico utilizando la lengua más poderosa de este conflicto en particular?
Por supuesto que es contradictora, pero al mismo tiempo es la situación en que se encuentra buena parte de la creación literaria irlandesa hecha en lengua inglesa. Esto que me preguntas em hace pensar en Samuel Beckett. Él creció en Irlanda como hablante de inglés, pero inicialmente escribió en francés. No fue hasta más tarde que pudo escribir en inglés, cuando este idioma se convirtió en una lengua extranjera para él. Hay muchos escritores irlandeses que no pueden encontrar su voz a través del inglés, sólo a través del irlandés. Yo no soy una de estas escritoras. Mi escritura está concebida en lengua inglesa, pero profundamente influenciada por el francés y el alemán; latentemente, subconscientemente, también por el irlandés.
¿Crees que los lectores que se acerquen a las versiones traducidas de La colonia experimentarán diferentes sensaciones dependiendo de la situación particular de su propia lengua? ¿Crees que las personas que hablan y leen lenguas minoritarias, como el catalán, podrán empatizar mejor con la historia?
Creo que sí. El uso de las lenguas se puede convertir en un instrumento político para reforzar el poder de ciertas élites, o bien para reivindicar la diversidad cultural y lingüística. Es una cuestión compleja que hay que abordar con sensibilidad y comprensión de las realidades locales. Una de las cosas que exploro en La colonia es qué lleva a un francés, Masson, a una isla de habla irlandesa con la firme voluntad de salvar la lengua nativa del lugar de la aniquilación, de la extinción. Quería reflexionar sobre ello, porque la mayoría de los lingüistas que llegaban a Irlanda a estudiar la lengua venían del extranjero, de países como Inglaterra o Francia. No teníamos, ni tenemos aun, una tradición propia de estudio o análisis lingüístico. ¿Qué impulsa un hombre a sentir una pasión per la lengua minoritaria de un tercero que lucha por sobrevivir? Creé un personaje para quien la lengua irlandesa, luchar amargamente por ella, era un subterfugio de una batalla que había perdido de bien chico.
Defender a su madre de habla árabe contra su padre violento de habla francesa.
Exactamente. Empecé a explorar qué significa ser colonizado, cuáles son los legados, las herencias, los rasgos que todavía arrastran los pueblos que han sido colonizados. Pero La colonia, y esto es clave, también gira en torno de qué significa ser el colonizador del relato, qué significa heredar el legado violento y brutal del colonizador, ya sea inglés, francés, español, portugués, belga, alemán o neerlandés.
El otro protagonista de La colonia, Lloyd, es un pintor inglés. Me parece muy interesante que él y Masson estén intentando hacer lo mismo —captar el ambiente de la isla—, pero desde diferentes disciplinas y ideologías. ¿Crees que todo tipo de arte y todo artista son políticos?
El arte y los artistas, claro, pueden ser apolíticos, aunque cuestionaría si ser apolítico es en sí mismo un acto político. Esta pregunta, pero, vuelve a la que me hacías al inicio: la verdad depende de quién la explica, de quién la narra verdad, de quién nace la versión que se pone encima de la mesa. Lo que une a Lloyd y Masson es la certeza de que su interpretación de la verdad es la correcta. Cada uno de ellos tiene la confianza de que lo que está haciendo es totalmente correcto, que lo que está haciendo es beneficioso para los habitantes de la isla. Estos dos hombres llegan a la isla con dinero, pero también con el poder heredado e inherente a Inglaterra y a Francia. Los habitantes de la isla son pobres y dependen de lo que estos hombres les ofrecen, interpretaciones de la realidad incluidas.
Has trabajado como periodista para medios como The Irish Times, The Observer, The Times o The Guardian. ¿Cuál dirías que es la lección más valiosa que has aprendido trabajando como periodista y que más tarde has incorporado a tu carrera como escritora de ficción?
Aprendí mucho con el periodismo i lo desaprendí todo para escribir ficción. Cuando dejé el periodismo, tiré mi teléfono móvil a la basura y empecé a desintoxicarme de pensar como una periodista. Para que el periodismo funcione, tienes que poner límites a tus pensamientos para cumplir con las fechas de entrega. Con la ficción es al revés: funciona cuando no pones límites al pensamiento. Ni uno. Esto me encanta, este espacio sin ningún tipo de límites. Estoy muy a gusto ahí.