De pequeña tenía por costumbre acudir a la última página del libro que comenzaba y leérmela entera. Carente de contextualización, me sumergía en el final de la historia que me acompañaría en los siguientes días o semanas. No sé si era una cuestión de edad, pero normalmente olvidaba lo que había leído cuando quería llegar al final.
Quizá debido a esta íntima estrategia, el libro de Camila Cañeque llamó mi atención. El final es un espectro que cuando pensamos asir, desaparece. En el terreno de la recolección el paisaje marca su consumación. Sin embargo, si acumulamos un algo que parte de un objeto numerosísimo, como el libro, ¿cuándo concluir? ¿Tienen todas las ediciones de un mismo libro el final exacto? ¿Cómo se presenta la escritura cuando se convierte en un proceso de ensamblaje?
Este escrito nace de una curiosidad personal que nos recuerda que todas estamos conformadas de partes ajenas, que sentimos con memoria, que lo que nos antecede nos transforma y que las cuestiones inacabadas suelen ser por alguna extraña causa, aquellas que más nos condicionan, nos aferramos a la razón otra para consolarnos. Me paro, el punto de partida de este libro es un final, muchos finales. Escribo así porque no conozco otra manera. Me cuesta concluir, dudo errática, siempre espero poder encontrar algo más de lo que acontece. Este libro enigma despierta mi curiosidad.
Termino la lectura, llego a su final y se me ocurre leer las últimas frases de los tres libros que me rodean:
Un movimiento hipnótico, luminoso, que se parece mucho a la lectura de este libro. 1
Canta su nana remota
Eco antediluviano que dice:
hay una premonición en todas las cosas 2
Vosotras también estáis aquí. 3
Y entonces, todo parece tener más sentido.
- Luis Chaves, Salvapantallas.
- Mayte Gómez Molina, Circuito cerrado de vigilancia.
- VV. AA., Pequeño tratado de amistad.