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Ciclo
Entrevista a Juan Álvarez
por
Finestres
05.02.2025

Juan Álvarez es autor de los libros Aún el aguaDónde viven las preguntas que seguimos sin hacernosRecuperar tu nombre, entre otros. Es maestro en escritura creativa de la Universidad de Texas en El Paso y doctor en estudios culturales latinoamericanos de la Universidad de Columbia en Nueva York. Participa en la línea de investigación en escritura creativa del Instituto Caro y Cuervo y forma parte de Presunto Pódcast, un espacio independiente de análisis y crítica de medios. Desde 2019 es colaborador ocasional del diario El País. Será el conductor de un ciclo en Finestres, que quiere indagar en las formas que la literatura latinoamericana contemporánea ha encontrado para representar los conflictos, la violencia y la corrupción.


Cuéntanos un poco sobre la temática de este ciclo. ¿Por qué decidiste poner el foco en la representación de la violencia y conflictos armados en la literatura latinoamericana?

No niego ni confirmo que quizás se trate de un foco que consideramos, junto a libreros de Finestres, podía ser de interés para el público barcelonés, no sólo europeo, también latinoamericano, migrante. Además, los conflictos armados y afines siguen hoy marcando buena parte de las disputas discursivas en las que se encuentran envueltas varias de las democracias contemporáneas de América Latina. Ahora, mi respuesta favorita está en un texto reciente de Javier Serena en Cuadernos Hispanoamericanos que se titula Literatura versus tema. Sí, etiquetas –temas– para guiarnos y definir intereses con velocidad, pero cuando se trata de literatura, sus expresiones formales son capaces de llevarnos y traernos de cualquier sitio. Más que un tema, preguntarnos por la violencia y la vida en la literatura latinoamericana contemporánea es abrirnos a un campo de sentidos y tramas, y no saldremos ilesos.

A lo largo de las semanas leeremos a autores como Yuri Herrera, Leila Guerriero y Claudia Salazar, entre otros. ¿Cómo fue el proceso de selección de estos textos? ¿Cómo está estructurado el ciclo?

El proceso de selección de los textos fue una conversación con libreros y programadores de Finestres. A mí me interesaba cierta noción de geografía –cubrir territorios– al tiempo que intentar diálogos improbables entre obras, como el que ocurre en la segunda sesión entre producciones colombianas recientes derivadas de experiencias directas con la guerra.

En la primera sesión, trabajas con las novelas de Yuri Herrera, en las que se habla del narcotráfico y la migración, pero con un estilo único. ¿Qué recursos encuentra la literatura para narrar el horror?

Las obras de Herrera pueden leerse de mil formas y eso nace de la riqueza y de la singularidad sintáctica de su prosa –quizás lo que llamamos “estilo único”–. Estas dos novelas en particular parten de oficios marginales –un cantante de corridos; una telefonista– cuya posición frente al poder les permite a sus agentes, a sus sujetos, una cierta distancia crítica y una cierta cercanía cómplice. El furor de esas tensiones nos prende al drama y nos enriquece el horror.   

¿Cómo se escribe la violencia sin caer en el sensacionalismo?

Es una de las grandes preguntas que tendremos que tratar en las conversaciones del ciclo. Frente a la pornomiseria en los ciclos noticiosos, a la que solemos volcarnos para alimentar nuestro morbo, ¿qué hace la gran literatura? Zizek sostiene algo más o menos así: el problema al tratar la violencia es que no puedes mirarla de frente porque acabas reproduciéndola, ni darle la espalda porque acabas frivolizándola. ¿Cómo construir entonces miradas de soslayo?

En la segunda sesión, te vales de textos testimoniales para adentrarte en la guerra en Colombia. ¿Puede la memoria histórica ser preservada a través de la narración?

La memoria histórica es una negociación y una disputa permanente. Un virus vivo. Más que preservarla, la narración actúa como el oxígeno frente al fuego, la aviva, la mantiene vital, compleja, y un pueblo que vive su memoria histórica y que encuentra canales para sortear en claves políticas y estéticas esa disputa, es un pueblo más difícil de amansar. 

¿Puede ser una manera no solo de entender, sino también de sanar y reparar?

Ciertas prácticas del relato claro que pueden ser mecanismos de reparación. Será importantísimo llegar a ese punto en la segunda sesión porque todos los materiales allí parecen querer hablar desde el deseo de horizontes de futuro; quizás ofertas de sanación.

A lo largo del ciclo, encontramos textos de no ficción, como el perfil de Silvia Labayru que Guerriero construye en La llamada. ¿Cómo se salva la tensión entre la realidad y la construcción literaria?

No se salva. Se asume y se goza. La realidad siempre vive acechada por las formas –metáforas, curvas dramáticas, selección léxica– que acabarán construyéndola, y las construcciones literarias siempre viven acechadas por las fuerzas e imprevistos que la realidad sabe arrojarnos encima.

¿Qué responsabilidad tiene el escritor a la hora de retratar estos horrores?

Decenas de responsabilidades. Nadie puede acercarse al horror, muchos menos si va a ocuparse de su retrato, sin armarse plenamente de toda la humanidad de la que sea capaz.

La obra de Leila Guerriero comparte sesión con Space Invaders, de Nona Fernández. ¿Por qué quisiste poner estas dos novelas en conversación?

En principio, porque responden a mecánicas narrativas diametralmente opuestas… Y luego… ¡Luego ya lo conversaremos en el ciclo!

En La sangre de la aurora de Claudia Salazar vemos el cuerpo de la mujer como campo de batalla. ¿Crees que es importante visibilizar estas formas de violencias aún menos reconocidas a través de la literatura?

Creo que sí… Es decir, no sé qué tanto la literatura cumpla en rigor funciones de “visualización”, pero sin duda hace parte de sus posibilidades y audacias detener la mirada donde nadie quiere detenerla o donde nadie se atreve a detenerla.

Tu novela Recuperar tu nombre habla sobre la violencia del poder judicial. Cuéntanos un poco sobre el proceso de escritura de unos hechos que te eran tan cercanos.

Uf, podría no acabar nunca. Fue un ejercicio de muchos años y de muchas contorsiones emocionales. Me encantará compartir las intimidades que les interesen a los participantes en el ciclo y en especial conocer sus lecturas. En un texto para Babelia el periodista Juan Diego Quesada, corresponsal en Colombia, toca muchas de las tensiones propias de escribir sobre nuestras desgracias propias en el caso de Recuperar tu nombre.

Antes de comenzar el ciclo, ¿hay algo más que te gustaría que los participantes supieran o tuvieran en cuenta?

Sí, tantas cosas. La más importante: lo que más me interesa que ocurra en el ciclo, por encima de informarnos o conocer obras y lecturas y relevancias, es ser capaces de sostener una conversación que haga con las obras lo que Walter Benjamin creía que era el verdadero propósito de la crítica: expandir el gozo estético; compartir lecturas de tal modo que la nuestra propia se ensanche.


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