Es un ejercicio ocioso, pero es propio del oficio de librera: como no basta con las noticias que llegan de la mano de comerciales de distribuidoras o en grupos de whatsapp, buscas constantemente cosas sobre libros, como si el hecho de enterarte de qué pasa en otras partes e incluso en otras lenguas mejorara la percepción de lo que tienes a mano, aunque lo hagas con la firme sospecha de que es posible acabar preguntándose, entre la ingenuidad y el ridículo, las mismas cosas: por qué circulan ciertas autoras y otras no, por qué esto llega y lo otro no, e incluso más concretamente: qué pasa con ese libro inaccesible desde los proveedores habituales del que tanto hablan en otras latitudes. Y, sobre todo, qué pasa con ese mismo libro, cuyo autor reconoces como rumor antiguo pero que aún no has leído, cuando lo premia un jurado donde están la escritora viva que más quieres, un narrador que ha sabido tratar con el espesor de la vida cotidiana sin hacer ni un aspaviento y una autora que publica en una editorial que sí que llega y de la que te fías ciegamente, ¿cómo se vive con esa inquietud?*
Suena exagerado, sí, pero hay un desfase notable entre lo que uno querría leer ya y lo que puede leer porque está al alcance de la mano. Dicho de otra manera: nada de lo que pueda llegar a decir sobre El ojo de Goliat (Las Afueras, Barcelona, 2024), de Diego Muzzio, le hace justicia a las ganas que tenía de leer El ojo de Goliat (Entropía, Buenos Aires, 2022) de Diego Muzzio. Aunque las expectativas se cumplan hay algo del orden de lo sensible cuyo registro difiere, no se trata de la confirmación de un prejuicio (positivo), es otra cosa. Y ahora es raro decirla porque también pasa en la novela: la separación entre una experiencia, su narración y su auscultación, no supone un cambio de tono, sino que alienta y subraya la aparición de un doble o, al menos, de un desdoblamiento, de un desplazamiento. No me resisto a hablar de esta novela como novela de aventuras por lo que supone la aventura estructural que afirma, pero también por avanzar algo que la hace notable: dispone informaciones diversas para retratar un mundo violento ―el mismo momento histórico donde la posibilidad de narrar el horror trastabilló por las atrocidades de la primera guerra mundial― y, en el mismo movimiento, acoge nuestra atención de manera hospitalaria. Hay algo entre las figuras, los espacios, las tipologías y los nombres escandidos en esta novela que hacen reconocible su tema, pero su clima tiene algo peculiar: es la obra de un autor consciente de que la literatura es un acontecimiento de la forma.
La última frase es deliberadamente críptica porque quiere ser una invitación: tenemos la enorme fortuna de que su autor nos acompañe, junto a una gran lectora, Inés García López, el próximo viernes 1 de marzo. ¡Os esperamos!
*En desasosiego, pero es lo de menos.