No es fácil contener el entusiasmo y ser librero al mismo tiempo (se nota mucho, tanto por exceso como por defecto; el entusiasmo, digo). Uno de los factores podría ser la longitud: ¿cuántos días podemos dedicarle a un libro de 450 páginas la intensidad que merece? No se trata solo de una cuestión de tiempo, se trata también de disposición: el tiempo se vuelve especialmente relativo cuando se trata de leer. Puede que tengamos tiempo y ganas, pero muy probablemente no para Las abejas y lo invisible (H&O Editores), un ensayo sobre lenguas inventadas de un autor austríaco que hasta ahora nadie había publicado en castellano ni en catalán. La misión que me propongo en el próximo párrafo es convencerle, lectora, lector, de que cualquier momento es bueno para 450 páginas de un autor austríaco etc.
¿He dicho lenguas inventadas? Quizás sería más preciso hablar de lenguas artificiales, sus recorridos, su nacimiento y las claves de su funcionamiento: su historia y la manera en que operan en ella una serie de nombres propios en unos lugares y en un tiempo concreto. Pero hay más cosas: el talento de Clement J. Setz -como tan felizmente nos ha consignado su traductor: José Aníbal Campos- le permite hacer eso, pero también más cosas. Por ejemplo: su capacidad para la digresión es encomiable y especialmente hospitalaria, es interesante todas y cada una de las veces que se va por las ramas directo a lo esencial. Sí, he dicho esencial: la comunicación lo es. Y sonaré exagerado, pero me parece que en este gesto, que envuelve tanto a la posibilidad de decir como a la de ser comprendido, se hace desde un lugar que nos invita a preguntarnos cómo es posible que nos entendamos. De ahí viene el entusiasmo: es el primer paso para preguntarnos cómo vivir juntos. Y es curioso, porque la prosa de Setz parece cargada con una convicción: el proceso de desciframiento de las lenguas inventadas nos alerta sobre el comportamiento de las lenguas que usamos sin hacer ningún esfuerzo particular. Hay matices, pero sería como hacer spoilers. O, mejor dicho, sería como acotar la posibilidad de deslumbramiento que contiene este libro. Mejor compartir el entusiasmo (o al menos intentarlo).
