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El club
por
Finestres
06.05.2021

«Al día siguiente, supuse, mis estudiantes me verían resacoso, forzando la voz. Si alguno preguntaba algo, probablemente le respondería con las palabras justas con la esperanza de que el sentido se presentara sin más, como un perro perdido. Me traía sin cuidado el día siguiente. Me sentía atrevido, igual que años atrás cuando me juntaba con mis colegas después de clase y decía: «Echemos una partida de billar». Íbamos a unos billares del centro de Manhattan, una sala mórbida de hombres y de sensaciones nítidas. Sin luz natural. Sin sonidos de la calle. Se oía el crujido y el chirrido de cuando se pone tiza en la punta de un taco y los triángulos que golpeaban la mesa y se desli­zaban por el fieltro. Los hombres siempre apoyados contra la pared con un cigarro en la boca o deambulando por las mesas, «mirando» y luego proponiendo partidas. Me convertí en uno de ellos: el taco se deslizaba a través del gancho que formaba mi dedo índice hacia una bola blanca como un hueso, una luna moteada. Luego el golpe medido, el suave estallido, las bolas que repiqueteaban, giraban y se hundían en las troneras. Siempre había un reloj ético en la pared, pero yo no era cons­ciente del tiempo cuando me inclinaba, en el aire sombrío y polvoriento, sobre el fieltro verde y luminoso. Cuando perdía una partida, una hélice ardiente empezaba a girar en mi pecho, un deseo feroz de echar otra, de recuperar mi lugar entre los hombres a pesar de la hora. Luego mi madre me decía: «Estás arruinándote la vida», lo que me recordaba la enormidad de eso otro por hacer. Me vino entonces como un recuerdo vago, eso otro por hacer: clases que preparar, libros que leer. Al grifo de la cocina le hacía falta una arandela nueva. Había grietas en las paredes de estuco de mi casa. El seto de fuera estaba demasiado alto, demasiado espeso, miles de hojas caían en todas las direcciones y amenazaban con su vida el valor de la propiedad. Pronto volvería a casa, pondría la arandela, rellenaría las grietas, podaría los setos, reanudaría la guerra contra el caos de cualquier propietario. Ahora estaba en la mesa de Kramer con los hombres».

El club
LEONARD MICHAELS
Malas Tierras, 2020